Editorial del número 2.2

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El 2 de mayo de 1998 es una fecha para recordar: es el día del nacimiento del euro.
La moneda única europea representa un paso fundamental hacia la unificación iniciada hace unos veinte años con el SME.
En 1999, Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, España , Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, y Portugal, tendrán una moneda única.
Estos países tendrán una moneda “virtual”, que circulará exclusivamente por los ordenadores de los bancos. No será visible materialmente y no se podrá tocar, y sin embargo, será real y facilitará el intercambio monetario, de bienes y de servicios entre estos países.

Al final de esta primera fase, y exactamente desde el 1 de enero del año 2002 el euro sustituirá todas las monedas locales. Pero ¿resultará ser “una pesadilla logística” tal y como indicaba la revista Wired? Según el grupo de Gartner, el coste en software e infraestructuras de este cambio será de entre 150.000 a 400.000 millones de dólares. Es seguro que un cambio de tales dimensiones costará mucho, y no únicamente desde el punto de vista económico. La motivación para tal sacrificio debe ser antes política que económica.
La Europa unida tendrá una posición de respeto y de responsabilidad en las elecciones macroeconómicas mundiales. Europa pasará a ser económicamente más fuerte y más ágil frente a los desafíos del mercado.
La moneda única, la competencia y el mercado libre, provocarán, sin duda muchas bajas, como las de las compañías insuficientemente preparadas desde el punto de vista tecnológico que serán superadas por compañías más fuertes y más innovadoras. Esta serie de cambios rápidos premiará a las industrias que han invertido en investigación y desarrollo, optimización de recursos y nuevas tecnologías, pero será al mismo tiempo despiadada con aquellos que no se hayan modernizado y adecuado a los nuevos niveles de calidad y productividad. Sin embargo el camino hacia una verdadera Europa “común” parece estar aún muy lejos. De hecho, muchas y profundas diferencias separan a los europeos. Diferentes lenguas, leyes distintas y enfrentadas y distintas también las vías de formación y las costumbres.

Italia, por ejemplo, infringe “alegremente” las directivas comunitarias. En nuestro ámbito concreto, la especialidad italiana de Ortodoncia no está reconocida a nivel europeo. Tampoco existen ya en Italia los números “clausus” en odontología. Básicamente estamos “almacenando” un gran número de dentistas (¿con preparación cualitativamente europea?) para su “exportación y comercialización” en el resto de Europa, que está mucho más despoblada de estos profesionales que nuestro país. Este es un ejemplo típico de como la política local de un estado puede ser presa fácil de intereses de grupos de presión del sector industrial, que deciden no respetar acuerdos internacionales. Poco importa si después todo el país tiene que pagar multas ingentes, ni tampoco que las vías de formación sean deficientes, debido a la imposibilidad de ejercitarse de forma práctica, porque los responsables de todo no se podrán identificar individualmente nunca, ni menos aún se podrá hacer pagar las responsabilidades a quien corresponda.

Por todo ello, esperamos confiados, en la llegada del Euro, ansiando que las puertas y ventanas diseñadas en los billetes europeos simbolicen realmente la apertura a una gran cooperación entre los estados miembros, y sobre todo sean heraldos de una nueva mentalidad que vea la salud del ciudadano como elemento prioritario, y que obligue a las universidades a autoevaluarse y a renovarse para llegar a ser verdaderas “factorías” de conocimiento, “forja” de nuevos proyectos y “borrador” de productos innovadores para la industria y la profesión.
“Cuando llegue la mañana, cantad todos juntos
y que todos los hijos de Dios griten de alegrías….”

– Libro de Job –

Dr. Gabriele Floria
VJO editor